05 Ago Otro asesino cobarde
Despedimos julio con cuatro mujeres asesinadas. Víctimas de su pareja, cónyuge o amigo que no supieron o no quisieron entender que, cuando decimos que todos los seres humanos somos iguales, no hay matices. Casi 40 nos han dejado en los que llevamos de año.
La última tragedia tuvo lugar en Logroño, pero podía haber sido en cualquier sitio a juzgar por las estadísticas que manejan los organismos oficianles. No hay un criterio geográfico válido, como no lo hay sobre el estatus social, la nacionalidad, la edad y otros tantos factores que a veces se intentan utiliar para explicar esta lacra social, cada día más visible.
El lugar del crimen fue el trabajo de la víctima, tenía 49 años. El método de asesinato, arma blanca. Lo peor, que el agresor tenía una orden de alejamiento y de destierro por maltrato. Fallan los métodos de control y nos quedamos con datos aislados sobre las agresiones, los asesinatos, los casos concretos de violencia. Parece que no se tiene muy en cuenta que el maltrato es una actitud constante que responde a la necesidad de afirmar la posición del agresor sobre la víctima. Matar es, al final, su última forma de imponerse. O eso creen.
En el fondo son unos cobardes. Probablemente, eso explique que en tres de los últimos femicidios el asesino se haya suicidado. Dicen lo expertos que no es una acción inconsciente, sino perfectamente estudiada. Lo hacen, sobre todo, por temor al rechazo social y a quedarse aislados, ya que la sociedad cada vez siente más repulsa hacia los maltratadores.
No olvidemos que cuando los maltratadores llegan a matar no lo hacen por impulso, son crímenes premeditados. Toman la decisión de matar a su mujer en el momento que ven que la han perdido. Su crimen no es instrumental, no busca un beneficio. Es un crimen moral. Sólo quieren imponer su criterio, su forma de entender la identidad masculina.
Empezaron infliengiéndose daño, con intentos de suicidio fingido en el que sus lesiones eran leves o muy leves. Dicen los forenses, que su forma de actuar no tenía nada que ver con la del suicida clásico. Eran vanos intentos de causar pena o defender un trastorno. La mayoría de las veces, las heridas autoinfligidas son incompatibles con la intención real de darse muerte. No es creíble. Ni por los métodos que usan ni por la forma en la que se hieren. Intentan llamar la atención, dar pena o justificarse de alguna forma después de lo que han hecho.
Con la toma de conciencia de la sociedad, el suicidio frustrado no es suficiente. Ya no causa compasión. El rechazo se ha extendido. Ante la incapacidad de afrontar esto, ahora buscan salidas de los más heterogéneo, desde la clásica huida al suicidio real.
Solo una cosa parece clara, cada día, más asesinos son incapaces de doblegar la voluntad de una mujer. Cada día hay más cobardes que no son capaces de afrontar el rechazo social y la consecuencia de sus despreciables actos contra otros ser humano.
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